Cuento Policial (1)

 Sopa de letras


Estaba sentado en la mesa casi esquinal del bar, del lado izquierdo. En una mesa para cuatro, él solventaba todas las ausencias. Estaba emocionado, hace muchos días venía esperando comer la deliciosa sopa de letras de su lugar preferido, y hacerlo en un día de pleno invierno. Mientras miraba por la ventana al perro negro que olfateaba el árbol de la puerta, le llegó su plato. Desconcertado, no pudo pasar por alto el hecho de leer ¡cuidado! formado con las letras. Le pareció extraño, pero no le dio mucha más importancia, tenía el suficiente hambre para ignorarlo. Sorbo a sorbo fue saboreando su aclamada sopa, y llegando al final del plato, se percató de que el lugar estaba casi vacío.

Pensaba sobre el día de trabajo que había tenido. Le había tocado la tarea de restaurar un reloj antiguo para su jefe a quien le fascinaban las antigüedades, pero esta vez lo disfrutó. Había tenido un sentimiento de optimismo durante todo el día, aunque no sabía por qué. Mejor, pensó: “Algo bueno me va a sorprender quizá”.

Mientras terminaba su bebida y pensaba ahora en cómo estaría su mamá (suele sufrir mucho el tajante encuentro con el frío de julio), el único mozo que se encontraba atendiendo pasó por al lado de su mesa, y en un movimiento brusco dejó caer el cuchillo afilado que mantenía en el cinturón de su cintura (cuchillo que servía para cortar las porciones de diferentes platos especiales que ofrecía el bar). El ruido lo estremeció apenas, aunque más fue la sorpresa que le causó la actitud del mozo: movimientos bruscos y torpes que intentaban hacer de cuenta que ese cuchillo nunca dejó su lugar. Ahí lo empezó a sentir: algo extraño estaba sucediendo. Era solamente una percepción, una conjetura basada en meros detalles insignificantes, pero no lo podía ignorar. Empezó a observar su alrededor. El bar ahora se encontraba completamente vacío, el mozo casi inmóvil detrás del mostrador, tenso, observando atentamente. Tenía la sensación de estar ilegalmente dentro de un negocio vacío.

Y entonces, escuchó otro estruendo, aunque esta vez mucho más fuerte e invasivo que el anterior. No pasó mucho tiempo hasta que vio el espejo de la pared repentinamente roto. Nada ni nadie se encontraba próximo como para haber sido el causante de ese estallido. Fue en ese momento exacto donde la incertidumbre y el miedo se apoderaron de él. Pero, al mirar detenidamente a los retazos de vidrio que quedaban en la pared, vio algo que jamás hubiese cruzado su cabeza: ¡un enano! pensó, y una mezcla de sensaciones contradictorias lo recorría.

Era el enano con la cara más diabólica y seria del mundo, observando fijo a través del reflejo. Tenía un cuchillo en la mano, muy similar al de la torpeza del mozo, pero esta vez miraba hacia otra dirección: hacia él. Miró al mozo en busca de auxilio y apoyo, pero el mozo parecía más asustado que él mismo. Ahí comprendió que éste le había intentado advertir sobre el enano diabólico a través de la sopa y el nerviosismo. Se sintió ingenuo por no haberlo notado antes.

No sabía que hacer, todavía no empezaba ni a entender qué era lo que sucedía. No tuvo mucho tiempo más para descifrarlo ya que observó al enano acercarse por el reflejo, con la firmeza del cuchillo intacta. No hubo más que afrontar el destino: iba a ser asesinado por un enano mientras comía una sopa de letras.


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