Ave negra (tercera versión)


Nueve años

Recuerdo estar caminando sobre un piso frío y algo mojado. Caminaba en círculos rodeando lo que parecía ser una pileta muy profunda. Estaba tranquila y alegre, el día también. Tenía nueve años y una afición por leer cuentos fantásticos. Por eso fue tal mi felicidad cuando vi a lo lejos, muy profundo en la pileta, lo que parecía ser la tapa de un libro.

No lo dudé y salté a buscarlo. Al salir a flote y sentarme en el borde de la pileta, me pareció raro lo intacto que estaba, las hojas secas y enteras. No le presté mucha más atención e inmediatamente empecé a leerlo. Recuerdo intensamente esa lectura, cada hoja que daba vuelta era un zambullido de emoción, era lo más atrapante que yo haya leído jamás. 

La historia tenía como protagonista a una niña más pequeña que yo, que pasaba su día en la playa con su familia. Poco a poco narraba las peripecias de ese día, sobre las ranas que le hablaban, los peces que le contaban chistes, el tiburón que era amigo de su papá, etc.

Todo parecía muy normal y divertido. Yo soltaba carcajadas y me desesperaba por seguir leyendo. 

Al final del cuento, recuerdo que la niña se animaba por primera vez a meterse al mar sin agarrar la mano de su papá. Él la miraba a lo lejos, confiaba en que su amigo la iba a cuidar. Ella se metía cada vez más, y sentía una sensación nueva, lo que yo como lectora percibí como libertad. Pero de repente, casi de la nada, la niña ve a un ave a lo lejos, un ave rosa describe, con alas blancas y pico naranja. Narraba su estado atónito mientras veía como se acercaba a ella, y ella expectante de su llegada. Pensaba en que tal vez, se convertiría en su mejor amiga, como el de su papá. 

Nunca pude recordar el final de ese cuento. No sé si el ave terminó siendo amiga de la niña, si la niña logró salir del mar, o qué pasó con el padre y sus amigos de la playa.

Recuerdo ser una niña yo también, recorriendo con intensidad esa historia, mientras mojaba los pies en el borde de la pileta. Y sólo tengo la imagen de estar llegando al final del cuento, sumergida en ese mundo y entusiasmada como pocas veces, y ver como de repente el cielo se tornaba negro, torbellinos que empezaban a asomar. Yo, aterrada, llamaba a mi papá, pero parecía estar sola, más sola que nunca. El libro se cayó de mis manos hasta el fondo del agua, otra vez. Temblaba y miraba para todos lados, buscando a alguien que pudiera ayudarme. Incluso, en mi inocencia e ingenuidad, esperaba a algún ave mágica que fuera a salvarme.

Luego todo se desvaneció, todo se quedó negro. Y esta historia inconclusa en mi memoria se convirtió en mis anécdotas más contadas. Pero siempre que termino de relatar ese día, este recuerdo tan extraño y angustiante, noto mi piel erizada y un escalofrío recorre mi cuerpo adulto: como si de repente, fuese una niña de nueve años esperando a su papá para dejar de sentir miedo, una vez más.


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